Mi cabeza también es un animal

I
Mi cabeza también es un animal. A veces creo que bastante doméstico.
Mi mascota favorita es el gato porque nunca acaba por domarse. En casa tengo tres gatos que me recuerdan mi naturaleza.
Mi cabeza es un animal es el nombre del taller de autorepresentación al que asisto. Llegué tarde el primer día. Sigo sin controlar el tiempo, la distancia en esta ciudad. Vivo un extravío permanentemente. Sé a dónde quiero llegar pero las aceras y avenidas parecen no responderme. Entiendo de eso. Uno no revela todo su secreto a un desconocido.
La mayor de las veces no sé dónde me encuentro. Me dejo llevar por el tráfico mientras conduzco, confío en mi brújula. Se trata entonces de unas cuantas vueltas, unos cuantos minutos para comenzar a llegar.
No soy fotógrafa profesional. No tengo armado un portafolio.
He tomado muchas fotos, la mayoría de ellas sin intenciones estéticas o de expresión. Regresé entusiasmada de la primera sesión y trabajé por horas clasificando mis imágenes.
Ahora que las revisito y con la perspectiva animal me parecen ingenuas. Silvestres.

Qué importa.
La búsqueda era sobre mis registros visuales. Esa mirada recurrente. En medio del frenesí logré reunir siete series distintas.
La primera decidí nombrarla, Allá por el norte. Es el primer verso de una canción dedicada a la ciudad donde nací.
Yo nací en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Boceté un poema entonces, comienza así: Esta es la ciudad/sangre a pedradas/La estación terminal/siempre la cruz.
Las otras imágenes las hice en Saltillo, Coahuila. Asistí a dar una capacitación para nuevos coordinadores de talleres de escritura creativa. De regreso a mi hotel no me resistí a traer conmigo algunas de las vistas del breve trayecto que hacía del centro literario al estacionamiento donde esperaba el chofer por mí para llevarme al hotel.


II

Regresé a la segunda sesión ansiosa de mostrar mis miradas. Otra de las series que armé se llama Memorias del Muelle Real. Un título que retomé del cartel que exhibe este espacio frente a la Bahía de Cienfuegos en Cuba y el cual narra los datos históricos del inmueble. Fueron días de lluvia implacable. Estuve en esa ciudad invitada por el Festival de Poesía de La Habana y la Universidad de Cienfuegos.
Aprovechando el escampado salí a caminar, a extraviarme un poco. No me angustia no saber cómo llegar, estar en cualquier parte.
Apenas unos pasos por el empedrado aún húmedo y ya estaba frente al mar. La Isla es así, todos los caminos te llevan a la orilla. Una orilla líquida de azules posibles.
A lo lejos advertí la figura de un hombre mayor. ¿Quién era ese otro solitario?

Recordé la cámara digital compacta que había traído conmigo y siguiendo el impulso comencé a registrar su presencia en el muelle por aquella tarde nublada.
Él nunca supo que estuve ahí, que lo tengo conmigo. Yo en cambio no conocí su voz, su rostro, su mirada de frente.

Levanté mi mano a la pregunta de la facilitadora del taller: ¿Quién es el siguiente que mostrará su trabajo?
Ella le dio el turno a otra persona.

III
Aún tenía la intención de mostrar al grupo algunas de las aceras que he recorrido. La mayoría de las imágenes de esa serie las tomó Víctor Hugo sin que yo me diera cuenta. Lo hizo así porque no me gustaba posar para la cámara. Ahora lo digo en pasado pero en realidad hace muy poco que cayó ese muro de contención personal.

Sucede que volar es otra de las experiencias que poco disfruto, sin embargo fue precisamente a bordo de una aeronave que asistí al desvanecimiento de mi autorepresentación.
Sabía que el viaje sería largo. Me esperaban conexiones y algunas horas arriba.
Estaba asustada pero dispuesta.
Cuando puse un pie en la cabina, vi el suelo por el espacio mínimo que queda entre el túnel de acceso y el avión. Cerré el paso y ya adentro me dije: estoy cansada de temer.
Al acomodarme en mi asiento busqué mi celular para hacerme una selfie. Quería preservar el momento de la partida. En la imagen que me regresó la cámara del teléfono celular aparezco dos veces, una Celeste saliendo de otra. Aunque pareciera una construcción fortuita, la interpreté como la captura de mi miedo y mi valor.

Volví a levantar la mano para mostrar mis hallazgos.

IV
Luego de insistir en cinco ocasiones y de que Karina [así se llama la responsible] me prometiera dos de esas veces que el siguiente sería mi turno, ya no tengo el deseo de compartir.
No es un capricho sino pienso lo que pudieran aportar mis nubes o mis registros de anuncios, por ejemplo, a estos bien entrenados y jóvenes compañeros fotógrafos.

Cielos tomados desde las ventanillas de mis trayectos, propaganda capturada a bordo de un automóvil o caminando de prisa. Imágenes que se me impusieron, que me obligaron a llevarlas conmigo.
La abuela platicaba a carcajadas de un amigo suyo que coleccionó viento de cada población que visitó mientras pudo viajar. Un hombre orgulloso que mostraba a sus visitas la colección de frascos donde capturó a su entender, la esencia de los lugares. Decenas de botellas que a ojos de otros parecían vacías.
¿Y mis frascos visuales cómo están? ¿Seré otra que reúne muestras de nada?
Reconozco esta sensación: Es un extravío. Estoy en una calle ajena que no responde. Los compañeros voltean a verme cada vez que Karina asigna lugar y me posterga. ¿Quién sigue? Pregunta. Soy un acordeón sin aire, plegado por completo.
Al terminar la clase prefiero entregarle mi memoria USB directamente para que los comentarios queden entre las dos.

V
Cada hora durante este día he venido a revisar el buzón de mi correo electrónico. Ella me dijo que luego de ver las imágenes mandaría observaciones, alguna actividad alternativa, sugerencias de autores a revisar.
Me acosté cerca de las dos de la mañana, me levanté a las 6 30. Nada.
Esta vez me iré más temprano porque inclusive ayer tuve un pequeño desvarío en la ruta y volví a ser la penúltima en llegar. Mi entusiasmo inicial ha devenido en aprehensión. Ya no quiero que ella diga nada y menos delante de los otros.
Ayer durante la sesión dijo que las coincidencias no son gratuitas. Mi brújula dice que pertenezco a ese espacio.
Me metía bañar. Comencé a desenredar mi cabello frente al espejo. Después de bañar tengo este ritual.
Esta vez lo interrumpo para buscar mi mirada entre los cabellos húmedos que siguen al frente. Ahí estoy. Esa soy yo. Mis edades, mi delineado permanente, el orificio izquierdo de la nariz más pequeño que el derecho.
Busco mi cámara. La sostengo. Un solo tiro de gracia.

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